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Transvanguardia italiana

El concepto transvanguardia fue acuñado por el crítico Achile Oliva a finales de los años sesenta para hacer referencia a una serie de manifestaciones artísticas que formaban parte del grupo que él mismo dirigía. Entre estos artistas destacan Sandro Chía (1946), Mimmo Paladino (1948), Enzo Cucchi (1950), Francesco Clemente (1952) y Nicola de Maria (1954).

Transvanguardia es sinónimo de nomadismo o libertad de reciclar lenguajes del pasado, a través de revitalizar determinados fragmentos.
Se caracteriza, pues por la posibilidad que tiene el artista de transitar libremente por cualquier período del arte del pasado, tomando aquellos fragmentos que más le interesan para la consecución de su propia obra.

En general, el lenguaje transvanguardista se caracteriza por la importancia de lo fragmentario, así como la noción de discontinuidad que deriva del empleo del fragmento.

El artista transvanguardista huye de adoptar actitudes heroicas y valora, en cambio, pequeños sucesos, integrándolos en sus obras. En no pocas manifestaciones transvanguardistas, sean italianas o no, se percibe un tinte de ironía que, a veces, puede incluso llegar a ser muy acentuado. A través de la ironización el artista se aparta de soluciones que pueden implicar cualquier connotación mitificadora.

Desde un punto de vista técnico, los artistas de la transvarguardia han utilizado todo tipo de técnicas.

En cuanto a las temáticas desarrolladas son muy diversas y abarcan desde los retratos y paisajes - urbanos y rurales - hasta escenas extraídas de una iconografía que entronca con el propio arte primitivo.

Los formatos suelen ser de gran tamaño.

 
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