Las
fotografías de
Jean-Luc Mylayne (Marquise, Francia,
1964) se basan en la contemplación.
La paciencia del cazador que espera
en su puesto el paso de una pieza.
Mylayne
realizó estudios
universitarios de filosofía
y de ahí que su fotografía
sea puramente conceptual,
una forma de encontrar la
verdad al retratar lo existente.
Mylayne
puede observar durante meses los hábitos
de un gorrión, un estornino
o un carbonero a la espera de la luz,
el encuadre y el enfoque perfecto.
Mylayne
ha llevado una
vida nómada viajando
por Europa y
últimamente por los
Estados Unidos en búsqueda
del objeto a fotografiar.
Y este objeto,
centro de todo su trabajo, han sido
los pájaros.
Pero no las aves exóticas o
ejemplares inusuales, son
pájaros comunes como
el petirrojo, el estornino, el martín-pescador
o los simples gorriones. Obsesión
que le ha llevado a tener un amplio
conocimiento de ornitología.
Meses e incluso años de
paciente trabajo observando
y esperando el momento adecuado hacen
que cada fotografía
sea una obra
única y que su producción
no sea muy numerosa, no habiendo realizado
más de 530 obras en todos sus
años de carrera.
Mylayne
no fotografía una naturaleza
salvaje, sino espacios como
ranchos o granjas de Francia o Estados
Unidos en los que existe un diálogo
entre seres
humanos y animales.
El
artista (Mylayne) no sólo
diseña el
espacio, sino la puesta
en escena: siempre sabe dónde
va a estar el pájaro en la
imagen. Sus obras se centran más
que en lo fotografiado en un subtexto
denso y complejo de conceptos
relacionados con la mecánica
de la percepción
visual, espacial
y temporal.
Al final, de estos conceptos
acaba por desprenderse todo un sistema
filosófico.
La totalidad de la
obra de Jean-Luc
Mylayne está muy comprometida
con la metafísica.
Todo un cuerpo de
reflexiones sobre asuntos como
el ciclo de vida y muerte, el desgaste
de los recursos naturales o la interdependencia
del hombre y
la naturaleza.
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